Por: Esther Vargas
A Manuel le cuesta sonreír, pero cuando lo hace parece un niño. Y hasta sus ojos parecen iluminados con la alegría. Esta mañana, Lima está soleada, pero un extraño frío se nos mete entre la ropa; así es Lima de rara, tan indefinida en su clima, tan complicada en su invierno. Manuel repara en el cielo, que dice tan poco. “Yo no podría vivir en otro lado que no sea Cusco , pero Lima es bonita” , dice. Es la primera vez que llega a la Plaza de Armas de la capital. Está sorprendido, tanta gente apurada, Palacio de Gobierno, caballos, más gente apurada, y él allí, con una noticia para darle a su padre Augusto Choqque.
“No sabe, seguro se alegrará mucho”, dice Manuel, y sus ojos ahora parecen como un lago, pero pronto se recompone y mantiene la firmeza, la sonrisa. Es agricultor e ingeniero. A los 30 años ha recibido una de las más gratificantes noticias de su vida: le darán un premio por su esfuerzo, un reconocimiento. Manuel Choqque Bravo recibiría horas después de este encuentro el premio Summum al mejor productor, un galardón para los héroes y guardianes de nuestra diversidad.
“Soy la cuarta generación de una familia de agricultores. Lo tengo en la sangre. Es una herencia. Nací en el campo, en la chacra. Y las papas me fascinaron. Yo pensaba en cómo mejorar el cultivo y entender la problemática del campo. Por eso decidí estudiar” , recuerda Manuel. Tiene ocho hermanos, el mayor, Elmer, también se dedica al cultivo.
Sus recuerdos han volado a su tierra Huatata, Chinchero, Cusco, a unos 3,700 m.s.n.m. Manuel ingresó a la universidad, a la carrera de ingeniería agropecuaria. Al comienzo, pensó que todo lo sabía, era lo mismo que hacía en el campo. Se preguntó si tenía sentido el esfuerzo, la tierra lo llamaba.
Pronto descubriría que la investigación era algo nuevo, y que le gustaba.Ya no era el muchachito que corría sin parar por el campo. Ahora estaba en la universidad y tenía una meta: aprovechar el conocimiento de sus profesores para hacer algo grande.
El sueño estaba nítido, como su cielo cusqueño: había que innovar.
Así fue como orientó sus cultivos de papas nativas y ocas multiplicando sus variedades. Ya no era el chico que corría, tampoco el muchachito que pensaba en dibujar. Ahora observaba los colores, formas y surcos de las papas. Yo no las podría diferenciar, pero él sí, y cuando explica se transforma en un diseñador, en un arquitecto. Manuel se hace inmenso. Donde nosotros vemos colores, él ve más.
Hoy sueña con hacer crecer la pequeña empresa familiar de papas nativas que tiene como clientes a restaurantes y hoteles del Cusco. Tiene 350 variedades de papa y saca la cara por su producto estrella: “La gente piensa que la papa es solo carbohidrato, para llenar el estómago, la olla. Hay estudios avanzados que dicen que la papa tiene varias propiedades, como el ácido clorogénico que previene el cáncer y que está en la cáscara de la papa”.
Este hombre excepcional que quiere llevar nuestras papas nativas por todo el mundo es descrito por Margoth, su novia, como un joven perseverante, que tiene las metas claras y un profundo amor por la tierra.