Aquí se tejen historias, se dejan recuerdos, se comparte la vida. Las paredes llenas de fotos de antaño y de hoy guardan secretos y sirven de marco para el homenaje diario a la comida criolla, donde nada queda al azar. Los estelares de cada día, el manchapecho de sopa seca con carapulcra o el dúo caricia de cau cau y patita con maní, son nombres sugerentes que despiertan la mente y abren el apetito, todas opciones imperdibles que congregan alrededor de la mesa a la familia y a los amigos con propuestas novedosas y picantes.
El personal es sin duda el corazón de Panchita y, como bien dicen ellos, llevan el criollismo en las venas y la jarana en el alma. Y vaya que el cariño se siente desde la entrada. Lo que sigue es un viaje gastronómico por lo nuestro, donde cada plato es un reencuentro con recuerdos de antaño, de reuniones alrededor de la mesa. Con dos locales en Lima y otro en Santiago de Chile, Panchita se ha hecho un lugar entre peruanos y extranjeros que llegan una y otra vez, siempre pensando en la mesa bien servida.