El comedor popular La Amistad en Lurín es un espacio que beneficia a cerca de cincuenta familias de extrema pobreza. El menú es variado, creativo y, sobre todo, nutritivo. Quienes creen que por ser económico el sabor no es bueno, se equivocan. Las manos de Lola y de sus compañeras hacen maravillas.
Lola Lescano tuvo miedo de asumir la responsabilidad de ser presidenta del comedor popular La Amistad, en el distrito sureño de Lurín. Pero se atrevió y ocho años después dice que ha sido una de las grandes experiencias de su vida porque aprendió a ser más humana, más humilde y más solidaria.
Los comedores populares en el Perú son una resistencia contra la pobreza extrema. Y eso es La Amistad, un espacio que beneficia a cerca de cincuenta familias vulnerables de esta parte de la ciudad.
Para encabezar un comedor popular hay que tener mucha creatividad y disciplina, cualidades que Lola, de 58 años, posee desde muy joven. “A pesar de todo, el menú siempre es variado. No falta su cau cau, su mondonguito a la italiana, el tallarín con chanfainita o la carapulcra”, comenta esta mujer que tiene dos hijos, cuatro nietos y un bisnieto. El menú para las socias cuesta 3.50 soles, casi un dólar. Es una cantidad modesta que las ayuda a seguir adelante.
Como parte de su trabajo destaca haber conocido al chef Palmiro Ocampo, quien desde la ONG Ccori Cocina Óptima les enseñó a preparar platos más creativos. “Nunca se deja de aprender. Eso es lo bonito. Palmiro nos ayudó mucho con sus ideas y le estoy muy agradecida”, afirma.
En tiempos de pandemia, el comedor no ha abierto sus puertas. Y han optado por el delivery para protegerse del Covid-19. Nada detuvo la tarea de alimentar a las familias, y Lola siente que así debe ser. Estar a la cabeza de un comedor popular le ha enseñado a entender a todo tipo de personas y a enfrentar duras batallas: “Cuando uno lo hace con amor, la mejor recompensa es las gracias, solo eso”.